Moverse por la ciudad nunca ha sido solo un tema de distancia. Cada trayecto implica decisiones que afectan el tiempo, el ánimo y la manera en que se vive el espacio urbano. En este contexto aparece MaaS, como una idea que replantea la forma en que consumimos la movilidad y propone entenderla como un servicio que acompaña a personas en constante movimiento.
Desde Europa, durante la década de 2010, MaaS (Mobility as a Service) comenzó a tomar forma como respuesta a un modelo urbano dominado por el automóvil privado. En países como Finlandia, Austria y Noruega, donde la planeación urbana ya priorizaba el transporte público y la movilidad activa, esta visión encontró un terreno fértil para consolidarse como alternativa real al uso cotidiano del coche.
MaaS (Mobility as a Service) y el cambio de paradigma
Durante décadas, el automóvil fue tratado como un bien indispensable para conectar trabajo, escuela, hogar y actividades cotidianas. En muchas ciudades europeas, este modelo facilitó desplazamientos individuales, pero también deterioró el ecosistema urbano a través de congestión, ocupación excesiva del espacio y contaminación. El mayor vacío apareció en los viajes de “puerta a puerta”, aquellos que el transporte público no lograba cubrir por completo.
Es justamente en ese espacio donde MaaS comienza a tomar sentido. Al sustituir la lógica de poseer transporte por la de acceder a movilidad, el valor deja de estar en un vehículo y se traslada a la posibilidad de elegir la mejor combinación de servicios según cada momento. En ciudades como Helsinki o Viena, esta transición permitió repensar el desplazamiento como una experiencia flexible, contextual y más cercana a la vida urbana real.

MaaS y la movilidad pensada desde la demanda
Uno de los aportes centrales de MaaS es invertir la lógica tradicional del transporte. En lugar de partir de la oferta disponible, el sistema se construye desde una necesidad concreta: ir de un punto a otro. Este enfoque ha permitido que ciudades como Oslo o Madrid replanteen la experiencia de viaje desde la perspectiva de quienes se mueven, no desde la infraestructura.
Cada persona requiere soluciones distintas y esas necesidades cambian a lo largo del día. Un mismo trayecto puede resolverse caminando, combinando transporte público o integrando micromovilidad según el contexto. MaaS facilita estas decisiones conscientes, integrando servicios y reduciendo la dependencia de un solo medio para los desplazamientos cotidianos.
El viaje urbano como experiencia continua
Cuando la movilidad se entiende como una experiencia completa, los trayectos dejan de sentirse fragmentados. Planear, pagar y seguir un recorrido de principio a fin aporta claridad y reduce la improvisación que caracteriza a muchos desplazamientos urbanos actuales, especialmente en ciudades densas y complejas.
Esta integración también genera información valiosa para la ciudad. Analizar cómo se mueven las personas permite ajustar servicios, conectar mejor los barrios y fortalecer la planeación urbana. La movilidad deja de medirse solo en velocidad o volumen y comienza a evaluarse desde la experiencia cotidiana y humana del desplazamiento.

MaaS como herramienta para humanizar ciudades
El papel de MaaS en la humanización de las ciudades es clave. Al facilitar el acceso a distintas opciones, se reduce la dependencia del coche privado y se abren alternativas más equitativas para diferentes grupos sociales. En ciudades europeas con fuerte identidad barrial, este enfoque ha contribuido a recuperar el espacio público como lugar de encuentro y no solo de tránsito.
Además, este modelo obliga a replantear cómo se analiza el entorno urbano. Las personas no se desplazan como flujos homogéneos; se detienen, interactúan, cambian de ritmo y toman decisiones en el camino. MaaS reconoce esta complejidad y coloca a las personas en el centro del sistema de movilidad.
Decisiones públicas y retos reales
Implementar MaaS va más allá de la tecnología. Requiere coordinación institucional, reglas claras y una visión compartida de ciudad. En contextos como España o los países nórdicos, este enfoque ha ido de la mano de políticas públicas que buscan reducir el uso del automóvil privado sin excluir a quienes dependen de él.
El reto está en equilibrar incentivos y restricciones. Para cambiar hábitos de movilidad, las ciudades combinan acciones que atraen hacia opciones más eficientes con medidas que limitan prácticas que saturan el espacio urbano. En ese equilibrio, MaaS actúa como un conector que simplifica la oferta y orienta las decisiones de desplazamiento.

MaaS y el escenario mexicano
En México, el camino hacia MaaS no parte de cero. En ciudades como la Ciudad de México ya existe una base multimodal donde distintos sistemas de transporte público conviven bajo un mismo esquema de acceso, lo que abre la puerta a una experiencia de movilidad más integrada. Esta infraestructura permite pensar en trayectos continuos, donde combinar distintos medios se vuelve parte natural del desplazamiento cotidiano.
El siguiente paso no es solo tecnológico, sino urbano e institucional. Para avanzar hacia un modelo de movilidad como servicio, es necesario fortalecer la coordinación entre actores, integrar información y facilitar decisiones de viaje centradas en las personas. Más que copiar modelos europeos, el reto está en adaptar sus aprendizajes a la complejidad social y territorial de las ciudades mexicanas.
Una reflexión que conecta ciudades
La experiencia europea muestra que MaaS funciona mejor cuando se inserta en una visión urbana más amplia. Su lógica conecta con modelos de ciudad que buscan ritmos más humanos, barrios más accesibles y una vida cotidiana menos condicionada por el automóvil, como los enfoques urbanos que priorizan la escala humana y la calidad de vida.
Al mismo tiempo, estas ideas se alimentan de espacios donde ciudades de todo el mundo comparten aprendizajes sobre planeación, innovación y movilidad urbana. Explorar modelos de ciudad más pausados y conocer las conversaciones que se dan en foros internacionales sobre el futuro urbano permite entender por qué MaaS no es solo una herramienta, sino una lección europea que invita a seguir pensando cómo movernos —y vivir— mejor en nuestras ciudades.



